…Y supe que no le querría

«Nos conocimos. Me invitó. Visité su baño y…» 

Broken heart hanging on rope

Fotografía vía http://www.squaredealblog.com

Y supe que no le querría.

Fue fácil. Una mirada entre la multitud. Una presentación al estilo clásico: «Hola, ¿Qué haces por aquí?» Con el grado de excitación justo para dar paso a una larga velada que se adentró en el amanecer con suavidad. Sin darnos cuenta.

La conversación fluía de manera natural, como si nos conociéramos de toda la vida. Los temas salían solos. Había tanto de coincidencia como de novedad. Esa novedad que excita. Sobre la que uno piensa que no tendrá oportunidad de conocer y de repente, tan cerca.

La noche hizo perder detalles que, a la luz de la mañana se mostraron evidentes; para bien. Estilo en el vestir, corte de pelo de apariencia desenfadada; sólo apariencia. Mirada pícara. Esa mirada que invita a conocer porque hay mucho más. Toda la noche y sin perder un ápice de un encanto natural, de ese que se nota que no se está forzando, que está ahí a todas horas.

Cansados después de tantas horas despiertos, imposible rechazar la invitación de un desayuno con zumo natural de piña con jengibre y tostadas de pan casero con nueces, en su casa. ¡Hecho por él!, «Es una costumbre o quizá manía que no puedo evitar», dijo él. ¡Bendita manía!. Imposible rechazar la propuesta.

Y, ¿Qué más se puede pedir? Precioso ático abuhardillado en el centro con vistas despejadas hacia la montaña por encima de los tejados. ¡Con lo que me gustan los tejados…! Pocos muebles de estilos diversos perfectamente combinados que reflejan un gusto exquisito además de conocimiento a la hora de hacer habitable un espacio sin invertir fortunas o sin tener que recurrir a la compra de conjuntos monónotonos y aburridos para cada estancia.

Después de un desayuno ideal, inevitable, debía visitar el baño. Además de, para lo obvio, no estaba de más descubrir qué cara tenía para esas alturas de la película.

Se acabó. Fue como pasar de una realidad a otra inesperada. En un segundo, el olor (¿o debería decir hedor?) entró por la nariz para afincarse en el cerebro. ¿Humedad?¿Suciedad? El pequeño espacio cerrado estaba oscuro y al encender el interruptor de la luz, todo fue peor que el olor. Ropa sucia por el suelo, los sanitarios que, por clásicos, eran bonitos, de estilo vintage y que, sin embargo, estaban tan mal tratados que sólo daban ganas de no usarlos. La cortina de la ducha debía llevar años a juzgar por la diferencia de colores entre la parte de arriba y la de abajo.

No lo pensé. Salí, cogí mi bolso mientras la sonrisa encantadora se cruzaba en mi camino y al ver mi mirada dijo algo como «es que no me gusta limpiar el baño». Fue suficiente. Sin decir más, me marché.

Lo que pudo ser pero mejor que no fue.

 

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